Próxima a concluir la recogida del maíz, los últimos miembros de la población jabalinera local, que han encontrado alimento y cobijo en las parcelas aledañas al pueblo de Villafer, se ven forzados a desalojar su encame habitual. En su larga estancia han podido identificar durante meses el claxon repetitivo de panaderos, pescaderos, fruteros o carniceros; bocinas de camiones, acompañadas de música a todo volumen, anunciando rastrillos o la presencia de chatarreros, tapiceros y colocadores de canalones y bajantes; han escuchado conversaciones de paseantes y de grupos de ciclistas, el canto de cada gallo en su corral, ruidos de toda clase de maquinaria agrícola, frenazos de coches, quads y motos, el diverso tañer de las campanas y las llamadas a las ceremonias religiosas del altavoz de la torre; han percibido el trasiego del rebaño de Venancio en su ida y vuelta de la majada a los pastos, el ladrido de los perros de la localidad, la monótona lluvia de los aspersores, las fiestas patronales con su música, jolgorio, cohetes y disparos... y han sentido algunas bajas en la piara.
Se van despacio, dubitativos, con nostalgia hacia otros encames en el cercano monte de Belvís hasta el mes de junio cuando el maíz ofrezca el mismo refugio y alimento a los inquietos rayones.