PALEOLÍTICO INFERIOR (500.000 a 100.000 a. C.)
En el yacimiento prehistórico de Los Arreñales (foto 1) a 300 m. al norte de la localidad José María Pérez Carbajo recopiló hasta el año 1990 distintas herramientas de piedra que nos muestran que en un período que puede oscilar entre 500.000 y 100.000 años a C. el hombre del Paleolítico Inferior estuvo presente en nuestra terraza de la margen izquierda del Esla. Formaban grupos pequeños, eran nómadas, habitaban en cuevas o en cabañas construidas con ramaje y pieles de animales; presentaban una organización colectiva. Fueron fundamentalmente recolectores de vegetales (tubérculos, raíces, bayas, cortezas, brotes tiernos, semillas…), cazadores capturando presas que se acercaban a beber en el río Esla, reptiles, roedores, pájaros, insectos, huevos… y carroñeros (en este aspecto oportunistas ya que aprovechaban animales muertos).
La técnica de fabricación del utillaje lítico no varió demasiado en esta etapa: para confeccionar bifaces (foto 2 a), hendedores (foto 2 b; foto 3 a, b, c), lascas (foto 2 c, d, e) y raederas (foto 3 d) golpeaban el núcleo (foto 4) -bloque de piedra, sílex generalmente, en bruto del que fabricaban las herramientas- con un percutor de piedra hasta obtener la forma deseada.
No existía división del trabajo ni especialización: cada miembro del grupo era capaz de hacer todo para sobrevivir pero es posible que debido al dimorfismo sexual y las diferencias según la edad algunas tareas se encargaban a determinados grupos. La igualdad social fue la única posibilidad en una economía como ésta en la que no existían excedentes. Usaban como vestimenta el cuero y las pieles de animales que previamente habían preparado con raederas.
Para el poblador del Paleolítico Inferior un paso transcendental fue el dominio del fuego. En un principio sólo lo podían obtener una vez iniciado por causas naturales: caída de un rayo, acción del sol con efecto lupa…; cuando disponían de él había que mantenerlo ardiendo continuamente; si se apagaba lo buscaban en una hoguera de un grupo vecino. Posteriormente el hombre desarrolló técnicas para provocar el fuego: lo consiguió por fricción haciendo girar un palo en una depresión de otro previamente rellenado de fragmentos de madera, hojas secas u hongos (yesca). Los usos que dieron a este gran descubrimiento fueron numerosos: protección contra los animales, con ramas encendidas podían provocar la estampida y conducir las presas hacia trampas o despeñaderos, el fuego eliminaba parásitos y bacterias en los alimentos, al asar las presas la carne era más tierna y sabrosa que si la comían cruda.
En el mismo yacimiento de Villafer fueron recogidos fósiles (foto 7 a, b, c, d, e, f, g, h) de distintos animales.
NEOLÍTICO (desde 5.000 a. C.)
Al finalizar la última glaciación hacia el año 9.000 a. C., el hombre comenzó a vivir en poblados semipermanentes. En la península Ibérica el Neolítico tiene su punto de partida hacia 5.000 años a. C. Fue tan importante el cambio que se generó durante esta fase que los historiadores hablan de la revolución neolítica. ¿Qué cambios caracterizan la nueva etapa?
Los trabajos de piedra se comenzaron a hacer con la técnica del pulido no por percusión como en el Paleolítico. Al asentamiento de Los Arreñales de finales del Neolítico y comienzos de la Edad de Cobre o Calcolítico (entre el 3.500 y el 2.500 a. C) pertenecen vestigios de industria lítica y de cobre recogidos también por José María Pérez Carbajo como alisadores (foto 5 a, b, c, d), las hachas pulimentadas (foto 5 e, f, g, h), hachas calcolíticas (foto 6 a, b, c, d). Las herramientas pulidas las utilizaron con mangos de madera: hachas, martillos, azadas…
La domesticación de los animales que tenían más próximos: perro, oveja, vaca, burro, gallina, gato, pato… para aprovechar su carne.
La agricultura: el control de semillas parece que surgió de forma independiente en varios lugares de nuestro planeta; se va pasando paulatinamente de la simple recolección a la agricultura que significó una gran variedad en la dieta humana; se dio una renovación general del utillaje, por ejemplo el mortero (foto 6 e, f) para la molturación de granos con el fin de obtener harina; la agricultura permitió una mayor densidad de la población humana. A una sociedad depredadora le sucedió otra productora.
La cestería: elaboración de cestos y canastas tejidas con ramas flexibles (juncos y mimbres) para utilizar como recipientes o depósitos de las cosechas.
La cerámica o alfarería: a partir del modelado y trabajo de arcilla húmeda se elaboraron recipientes como vasijas, platos, vasos, ollas… En un principio se secaban al sol y posteriormente se sometían a una cocción en hornos primitivos: hoyos con fuego encima; es decir: el hombre del Neolítico utilizó el fuego para otros menesteres distintos de los anteriores. Por otra parte la rueda aplicada al torno ayudó a confeccionar objetos.
La vivienda: la agricultura era una actividad que requería mayor dedicación y tiempo de trabajo que la simple recogida de frutos; obligó a la especie a hacerse sedentaria; fabricaron sus viviendas permanentes con arcilla, palos y paja; nacieron los poblados de grupos humanos estables como este asentamiento neolítico de Los Arreñales.
La familia: al tener una morada fija e individualizada junto a rebaños y campos de cultivo se afianzó la familia.
El comercio: poco a poco aparecieron diferencias entre los que tenían más y los que disponían de menos; se intercambiaron excedentes que no se consumían por otros bienes como cerámica de más calidad o mejores vestidos. Fue el inicio de las diferentes clases sociales en los primeros poblados sedentarios.
Una autoridad surgió dentro de la aldea neolítica para regular los problemas de convivencia y para encauzar los trabajos comunales: cercados, graneros, acequias, construcciones funerarias o religiosas. La autoridad la ostentarían los más ancianos.
Los dioses benignos o malignos fueron aquellos que beneficiaban o perjudicaban el desarrollo de las cosechas y la protección de su ganado: el sol, la lluvia, la tormenta, el viento… Para hacerlos favorables les rindieron culto y les presentaron ofrendas regularmente; surgieron las personas que dirigían las ceremonias religiosas (ritos de siembra, de recolección…) que siendo sagradas eran a la vez fiestas populares.
EDAD DE LOS METALES
La Edad de los Metales supone un avance decisivo en el desarrollo cultural de la especie humana. Al fuego se le encomienda otra utilidad: transformar la materia inanimada con la fundición de metales.
En el yacimiento de Los Arreñales (Ver foto 1) José María Pérez Carbajo halló fragmentos de la Edad de Cobre o Calcolítico como una punta de flecha cruciforme (foto 5 i) y un conjunto de escorias de fundición de cobre (foto 5 j). El uso de este metal seguramente incrementó el comercio entre indígenas; las nuevas técnicas metalúrgicas se difundieron; se fabricaron con este material útiles agrícolas, armas y objetos de adorno. Las viviendas solían ser circulares con techumbres de ramas y barro.
La Edad de Hierro comenzó en la Meseta hacia el año 700 a. C. y finalizó con el inicio de la invasión romana en el año 218 a. C.; suponía una tecnología más compleja; tenían una cerámica propia. Su economía era agropecuaria pero seguían con la recolección de frutos silvestres y con la pesca. Parece que en el yacimiento arqueológico de Belvis-Casa Vieja (Ver foto 8) hay ciertos indicios pero sin confirmar documentalmente de la I Edad de Hierro Según mantiene José Luis Alonso Ponga “Historia antigua y medieval de la comarca de los Oteros” en el montículo sobre el que se construyó el palomar (foto 9) se encontraron grandes estratos de ceniza. Los vestigios de la II Edad de Hierro parecen mucho más claros.
La Edad de Hierro coincidió con sucesivas oleadas hacia la Península de pueblos mediterráneos (fenicios, griegos y cartagineses) y de culturas del norte de Europa (celtas), éstos nos trajeron la llamada cultura castreña que se extendió por el noroeste peninsular incluyendo las actuales provincias de León y Zamora. Situaban los poblados en colinas o puntos estratégicos elevados y fácilmente defendibles ubicados la mayoría de las veces en la terraza de la margen izquierda más próxima al Esla (Ver mapa 1).
El castro era un recinto de forma oval o circular que encerraba en su interior varias chozas generalmente de tapial y techumbre de paja. La fragilidad de la construcción explica el que sus restos no hayan llegado hasta nosotros. El suelo del interior se igualaba con piedras menudas sobre las que se echaba arcilla apisonada; con grandes cantos se hacía el hueco para la lumbre.
Eran pueblos de economía agropecuaria que aprovechaban los valles o vegas fluviales pero seguían con la recolección de frutos silvestres (bellotas) y con la pesca. Los varones apacentaban los rebaños y las tareas agrícolas eran desempeñadas por las mujeres. Fabricaron su propia cerámica y disponían de pocas armas.
Tenías sus dioses, cultos familiares y ritos relacionados con las manifestaciones de la naturaleza; no existen vestigios de cementerios tanto de inhumación como de cremación.
Era una sociedad poco vertebrada: había muchos castros pero de diminuto tamaño; varios formarían la tribu; el individuo quedaba desprotegido fuera del poblado propio; los ancianos estaban bien considerados dentro del grupo: eran portadores de la sabiduría ya que en una sociedad de tradición oral los más viejos eran quienes mejor transmitían las tradiciones.
Su metalurgia del hierro estaba bastante avanzada; usaban ese metal para elaborar armas y herramientas de labranza. En el yacimiento de Belvís-Casa Vieja (foto 8) tuvimos un asentamiento de tipo celta según mantiene José Avelino Gutiérrez González en su obra “El páramo leonés. Entre la antigüedad y la Alta Edad Media”. (Ver mapa 2).