(phoenicurus ochruros)
Aunque en otros tiempos habitaba en montañas rocosas hoy prefiere colonizar las construcciones humanas de pueblos y ciudades: desvanes, paneras, cuartos del campo, edificios viejos, ruinas, cornisas… Nuestra “cisnera” tiene una longitud de 14 cm y una envergadura de 23 a 26 cm; el plumaje, las patas y el pico, oscuros; la cola y el obispillo (rabadilla), rojizos; se da dimorfismo sexual pues el macho muestra plumas negras azabache en el pecho y en la cara y una mancha alar blanquecina (espejuelo), mientras que la hembra ofrece unos tonos más claros y grisáceos; hace movimientos nerviosos con la cola; tiene el hábito de flexionar las patas cuando está posado, al tiempo que mueve la cola de arriba abajo; camina a grandes saltos; emite un sonido chirriante, una especie de carraspeo metálico; su vuelo es amariposado con batido rápido de las alas; es sedentario.
Los lugares de cría son ocupados primero por el macho y cuando aparece la hembra tienen lugar las paradas nupciales: juegos amorosos y danzas del macho con alas y cola extendida; la hembra construye el nido con hierba, musgo y trozos de lana en una cavidad oscura: se trata de una estructura voluminosa, poco densa y en forma de copa; la puesta suele ser de 5 huevos blancos que incuba la clueca; los pollos, nidícolas, eclosionan a las dos semanas; son cebados por los progenitores a base de invertebrados; cazan generalmente a la espera, posados en una percha (antena de televisión, postes, cables…); a veces las capturas las hace al vuelo persiguiendo algún insecto volador; también aprovecha las frutas; suele hacer dos o tres puestas, ya que las crías se independizan pronto.
