Sobre las 8 de mañana del 21 del pasado julio una bandada en torno a 200 ánades reales (anas platyrhynchos), aparentemente portaban un plumaje similar, comenzaron a despegar en vertical del agua de la diminuta laguna ubicada en una parcela de trigo, cosechada pero no empacada, en las Longueras del Monte a la altitud de 800 metros; sin embargo, segundos antes sobrevolaron el lugar dos avutardas (otis tarda) con su potente y pausado vuelo bajo pero los azulones no se inquietaron con su presencia. Habían permanecido unidos, en reposo, después de alimentarse en el rastrojo de la finca caminando con el cuello estirado a ras del suelo engulleron innumerables granos hasta saciarse. La laguna mantenía un apreciable nivel de agua debido a las abundantes precipitaciones locales durante los últimos meses: abril: 92 litros, mayo: 15 y junio 71. Solo nuestra presencia provocó el rápido abandono de la querencia.
Pronto se fragmentaron en tres bandos desiguales en número con dirección única al oeste hacia el cercano Esla, a unos 2 Km de distancia, pues durante el resto del día suelen descansar en sus aguas también juntos ya que, concluido el período reproductivo, son muy gregarios.
Con hábitos crepusculares y nocturnos a la hora de alimentarse en el campo se desplazan a los comederos (éste en concreto presentaba evidencias de que había sido utilizado frecuentemente) formando distintos bandos apretados en sus idas y venidas ante la posibilidad de ataques aéreos de dos depredadores alados habituales de la zona: el azor (accipiter gentilis) que emplea atalayas en la línea de encinas que delimita el cercano monte y el halcón peregrino (falco peregrinus) vigilante desde la cercana "Torreta". Resultaba extraño que en el lugar tan frecuentado por ese número de anátidas no apareciesen plumas de los curros levantados: machos adultos, hembras adultas y ejemplares juveniles de ambos sexos y también chocaba la uniformidad de plumaje de la bandada.
Como es sabido las plumas de la especie requieren una gran cantidad de tiempo para mantenerlas limpias por eso se pasan muchas horas cuidándolas. En invierno los adultos presentaban un evidente dimorfismo sexual en su plumaje. Pero durante el período que las hembras cluecas dedicaron a la incubación (28 días) y al posterior acompañamiento de la prole hasta que, al volar, se independizaron (alrededor de 60 días), los machos adultos iniciaron un proceso anual de pérdida del vistoso plumaje nupcial que exhibieron durante meses. Mudaron lentamente sus plumas: las verdes iridiscentes de la cabeza que se extendían hasta la mitad del cuello, las blancas del estrecho anillo de separación, las de coloración castaño oscuro del pecho, las grises muy claras de las partes ventrales y costados, las negras de la región caudal...; todas las habían reemplazado por otras parecidas a las de las hembras adquiriendo un nuevo plumaje más críptico: su llamativa librea anterior fue reemplazada por el apagado plumaje de eclipse.Comenzaron a congregarse en tramos tranquilos del Esla con tupida vegetación y abundante comida. Ese nuevo plumaje les dotó de un mecanismo de seguridad indispensable ante los depredadores ya que pronto perdieron a la vez todas las grandes plumas remeras impidiéndoles volar; se convirtieron en muy vulnerables durante más de un mes; habían iniciado la mancada con esa librea discreta para pasar desapercibidos ante sus depredadores.
Por su parte las hembras adultas mudaron lentamente su plumaje marrón moteado por otro nuevo exactamente igual durante el período reproductivo (incubación y acompañamiento de la camada hasta que las crías volaron y se independizaron); ese cuidado de la "currada" por parte de la progenitora abarca las 24 horas del día pues a los depredadores locales se ha añadido el temible visón americano (neovison vison) que suele terminar con buena parte de la camada si se desplaza por el río. Uno o dos meses más tarde que los machos adultos las hembras también perdieron de repente las plumas de las alas y se retiraron a lugares seguros y con comida abundante; sufrieron su mancada; alrededor de cuatro semanas más tarde recuperaron las plumas de vuelo.
Un zorro (vulpes vulpes) que también había mudado su capa de pelo larga y espesa por otra más corta y menos poblada merodeaba por el lugar intentando con astucia, inteligencia y agilidad sacar partida pero comprueba que los ánades reales vuelan muy alto, fuera de su alcance.